Hoy es DOMINGO DE RAMOS
Domingo de aquellos años madrugando con
ilusiones. De estrenar la ropa nueva que esperaba en los cajones.
El sol brillaba distinto, con olor a primavera. Y a mí me brotaban los nervios, porque había acabado la espera.
Carreras de zapatos nuevos buscando un sitio en la acera. Al lado, mis amigos; y mi vecina, en la puerta. Las calles donde yo jugaba, hoy se vuelven Jerusalén a tu espera.
La palma de todos los años cogida con mi mano y un tambor en mi cuello, porque era Domingo de Ramos.
Cómo evitar este día volver a ser niño, para oír de nuevo la historia de Dios montado en un borriquillo. Esa que tú m7e contabas, año tras año, esperando desde la acera, cogidito de tu mano.
Porque cada domingo que llega, está perfumado de una Carolina envuelta entre palmas en mi barrio.
Ya estaria todo preparado. Unos nazarenos blancos y verdes se verian en nuestra puerta de la Iglesia regalando, con sus colores, esperanza y pureza. Unidos en una ilusión renovada que no, por repetida anualmente, pierde esplendor por acompañar a la Imagen que llevan en el corazón.
Seria el momento del encuentro. Del encuentro esperado durante todo un año y buscamos, con nuestras miradas, a aquellos que llevábamos sin ver desde antaño.
Entonces brotan las lágrimas entre abrazos y recuerdos, por compartir otra penitencia juntos, con plegarias y rezos.
Sonarian los primeros compases de una marcha procesional y fluirian los recuerdos vividos al lado de “esa Imagen” que es nuestra fe profunda, nuestro legado, nuestro fervor.
Las puertas del Templo estarian a punto de abrirse y dar paso así a una auténtica explosión de júbilo que ya no se puede, ni se quiere contener por más tiempo. El sonido del llamador acercará poco a poco el paso y, de repente, aparecerá un Cristo montado en un borriquillo que fijará su mirada en Dios Padre y tomará con obediencia y humildad la Cruz en la que nos redimirá y nos abrirá el camino hacia la eterna felicidad.
El sol brillaba distinto, con olor a primavera. Y a mí me brotaban los nervios, porque había acabado la espera.
Carreras de zapatos nuevos buscando un sitio en la acera. Al lado, mis amigos; y mi vecina, en la puerta. Las calles donde yo jugaba, hoy se vuelven Jerusalén a tu espera.
La palma de todos los años cogida con mi mano y un tambor en mi cuello, porque era Domingo de Ramos.
Cómo evitar este día volver a ser niño, para oír de nuevo la historia de Dios montado en un borriquillo. Esa que tú m7e contabas, año tras año, esperando desde la acera, cogidito de tu mano.
Porque cada domingo que llega, está perfumado de una Carolina envuelta entre palmas en mi barrio.
Ya estaria todo preparado. Unos nazarenos blancos y verdes se verian en nuestra puerta de la Iglesia regalando, con sus colores, esperanza y pureza. Unidos en una ilusión renovada que no, por repetida anualmente, pierde esplendor por acompañar a la Imagen que llevan en el corazón.
Seria el momento del encuentro. Del encuentro esperado durante todo un año y buscamos, con nuestras miradas, a aquellos que llevábamos sin ver desde antaño.
Entonces brotan las lágrimas entre abrazos y recuerdos, por compartir otra penitencia juntos, con plegarias y rezos.
Sonarian los primeros compases de una marcha procesional y fluirian los recuerdos vividos al lado de “esa Imagen” que es nuestra fe profunda, nuestro legado, nuestro fervor.
Las puertas del Templo estarian a punto de abrirse y dar paso así a una auténtica explosión de júbilo que ya no se puede, ni se quiere contener por más tiempo. El sonido del llamador acercará poco a poco el paso y, de repente, aparecerá un Cristo montado en un borriquillo que fijará su mirada en Dios Padre y tomará con obediencia y humildad la Cruz en la que nos redimirá y nos abrirá el camino hacia la eterna felicidad.
¡¡¡Seguimos en contacto!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario